Antes de que comiences a leer:

Lector constante, debes saber que las historias que aquí se escuchan ya han sido contadas, quizás tengas esbozos de ellas en otro tiempo y en otras circunstancias.
Si eres nuevo debes saber que para entender la historia de nuestro asesino deberás viajar en orden cronológico hasta la entrada del día 5 de Octubre de 2011 y leer en orden ascendente.
~Atte: Tu narrador.

lunes, 17 de octubre de 2011

Y en la calle, un frío infernal.

Corre. Se está escapando.
Agarra la ventana. Sube el marco. Echa las manos a la barandilla de incendios que discurre por detrás del edificio e intenta impulsarse fuera para salir.
Lo agarro por el tobillo con una sola mano. 
Un solo tirón hace falta para que caiga al suelo de la cocina. Al caer se ha golpeado la cara contra el suelo y le sangra la nariz. Va a sufrir heridas peores hoy.
Le amenazo con partirle ambas piernas, para que no se le ocurra volver a intentarlo. Parece haber captado la indirecta.
Arrastro una mesa pequeña y un par de sillas. Todas de madera. Las coloco en medio de la habitación y le ordeno que se siente.
Coloco la pistola que había obtenido de uno de los dos policías muertos y la coloco encima de la mesa.
El tipo tiembla de miedo. 
Encuentro una botella de un whisky decente y nos sirvo un poco a ambos en sendos vasos. 
Le pregunto por el encargo del asesinato.
Comienza a ponerse aún mas nervioso. Me evita la mirada y se mueve de un lado a otro.
Miente.
Saco la pitillera y le ofrezco un cigarrillo. Al rechazarlo soy yo el que se enciende uno.
Intento, de nuevo, que hable.
Se seca el sudor de la palma de las manos contra las perneras del pantalón. Sigue sin decirme nada de lo que quiero oír. 
Me enfado.
Apago el cigarrillo semiconsumido contra mi mano y el tipo traga saliva al contemplar que ni me inmuto cuando la colilla me quema la piel y finalmente humea por ultima vez.
En tan solo un segundo. Retiro la mano hacia atrás y le propino un golpe con el dorso. El impacto es tan fuerte que cae hacia atrás.
Cuando me levanto en toda mi envergadura, el tipo comienza a sollozar.
Me quito la gabardina.
Me pongo los guantes.
Oigo que llaman a la puerta.
Es una vecina con una bata de andar por casa, con los rulos puestos. Vocifera y dice que llamará a la policía si no hacemos menos ruido.
Tan solo asomo un poco el rostro por una rendija de la puerta y la mando a la mierda, antes de cerrarle la puerta en las narices.
En el salón encuentro un tocadiscos. Al comenzar la aguja a rayar el vinilo comienza a sonar una música de piano bastante agradable.
De nuevo en la cocina, mi amigo tiene un cuchillo en la mano.
Le rompo la muñeca y lo arrojo contra una pared. 
Entonces es cuando parece haberme entendido y accede a dialogar.
Le invito a tomar asiento de nuevo. Así lo hace.
Coloco de nuevo el arma reglamentaría, que había caído al suelo, sobre la mesa.
Me cuenta que yo fui el verdugo que asesinó a su hermano dos años atrás, que su viuda supo de mí y que gracias a ella ha obtenido mi número.
Mariconadas.
Miente.
Esta vez, opto por algo más tradicional y, de nuevo en un movimiento fugaz, le agarro por la nuca y hago que su cabeza se estampe contra la mesa varias veces, hasta que considero que ha sido suficiente.
El tipo ahora sangra por la nariz y por la boca. Tiene una ceja partida y un ojo amoratado. 
Canta como una rata. 
Según me narra, el policía era un tipo corrupto que tenía trato con prostitutas y traficaba con cocaína cortada. El había sido chulo y varias de sus chicas habían muerto por la mierda que les vendía, de modo que le guardaba una. También, me cuenta que ha encerrado a su hermano -el que antes había mentido diciendo estar muerto- en chirona y que lo iban a condenar a muerte porque este tal policía le había incriminado. Mi hombre no pensaba que fuera a ir con otro policía a la cita donde habían quedado, según me dice, para venderle un par de extranjeras. Me llama "efecto colateral", dice que no fue culpa suya.
Rompe a llorar.
Me pide clemencia.
Enciendo un cigarrillo y le doy la espalda. Al ponerme de pie me calzo la gabardina.
El tipo aprovecha que no estoy pendiente de él para agarrar la pistola sobre la mesa y me la coloca en la frente, justo entre los ojos.
Me sonríe y me insulta. Nombra a mi madre y dice cosas bastante groseras acerca de mi padre y mis ancestros. Me dice que se las voy a pagar y que es muy superior a mí.
La sangre se le va coagulando en el rostro y me escupe gotitas mezcladas con su saliva conforme me grita.
El tipo me escupe en la cara y justo después. Aprieta el gatillo. Clic.
Este gatillo acciona el percutor que va a parar con una recámara vacía.
Clic.  Clic.  Clic.
Le sonrío de oreja a oreja mientras saco lentamente y sin reparos, el revólver de la cartuchera.
Me concentro en degustar mi cigarrillo cuando aprieto el gatillo de mi revólver, que sí estaba cargado y el impulso le lanza hacia atrás y rompe una baldosa al caer al suelo.
Ni siquiera le he mirado a la cara mientras le mataba.
Escucho sirenas de policía y como un coche se detiene.
Están debajo. Hablan con la vecina que antes me había molestado y señala la ventana donde me encuentro.
Uno de los policías y me consigue ver de respabilón.
Mi mente mecanografía rápido: ESTÚPIDO, ESTÚPIDO, ESTÚPIDO.
Lo más deprisa que puedo, le saco la bala de lo que queda de cabeza del tipo y borro todas las superficies donde haya podido dejar huellas.
Antes de escapar por la ventana del baño, arrojo el tocadiscos contra la pared y lo dejo hecho añicos.
Puedo escuchar el sonido de la puerta del piso venirse abajo y como alguien entra, al mismo tiempo que escapo de aquel lugar.
Aprovecha y no la cagues. 
Huye.
No repares en nada.
Huye.
Estás solo. No te importa.





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