Antes de que comiences a leer:

Lector constante, debes saber que las historias que aquí se escuchan ya han sido contadas, quizás tengas esbozos de ellas en otro tiempo y en otras circunstancias.
Si eres nuevo debes saber que para entender la historia de nuestro asesino deberás viajar en orden cronológico hasta la entrada del día 5 de Octubre de 2011 y leer en orden ascendente.
~Atte: Tu narrador.

Vuelo de una golondrina

-¿Papá, por dónde comienza una historia de piratas?
-Bueno, hijo mío, toda historia de piratas empieza con un barco.No tiene porque ser un bergantín de treinta metros de eslora y cuatro de profundo; tampoco tiene porque tener un mástil de cincuenta pies, ni unas velas que hagan que la mesana de la mismísima Perla Negra se vean ridículas a su lado; ni tiene que tener una tripulación de no menos de cien hombres, ni un timón de hueso de tiburón con incrustaciones de oro. No, donde va a parar. Esta historia de piratas comienza, sin ir mas lejos, con un barco mucho más pequeño.

>> Nuestro barco en cuestión, podría incluso no ser llamado barco. Se trataba de un pequeño botecito de agua salada. No tenía timón, sino que en su lugar, una pequeña pagaya hacía que el capitán de aquel trocito de madera pudiera dirigirlo, aunque costosamente, donde él quisiera. Tampoco tenía un mástil mucho más alto que el hombre que dormía dentro (pero calma, ya conoceremos a nuestro personaje más tarde), ni tampoco poseía unas buenas velas hechas con la mejor de los tejidos. En su lugar lo que podía observarse era un palo de medio metro de grosor que sujetaba un par de sacos de arpillería abiertos y tejidos que formaban un rústico velamen.  Parecía precario el estado de nuestro bote, pero yo mismo podría jurar, que era un barco con todas las letras, y, aunque amenazaba con escorar a la mínima ola fuerte que se encontrase, tenía un buen capitán a bordo.

>> Visto desde arriba, a vista de golondrina, lo único que podía observarse era un mar que parecía una balsa de aceite, y justo en el centro, un cascarón de nuez que se dejaba llevar por el viento y las olas. Justo en este instante, un sombrero se levantaba y debajo de este, nos encontrábamos con una cabeza recubierta de una espesa mata de pelo color beige, con un largo hocico que se abría y dejaba entrever una hilera de lustrosos dientes (algo amarillos) y una larga lengua perruna. Nuestro animalesco amigo había asomado la cabeza por la borda y de un lametón había degustado la salada agua del mar para luego volverse a tumbar, todavía con el sombrero encima de su cráneo, junto a su dueño, que en ese instante, estaba sumido en un profundo sueño del que poco tardaría en despertarse. 

>> A lo largo de toda mi vida, he visitado una larga lista de tabernas. Tabernas de todos las clases, tabernas de puerto, tabernas de ciudad, tabernas de costa, tabernas de pueblo, tabernas  de ciudad e incluso una vez, una taberna penitenciaria. Bien, de todos estos antros de mala muerte, puedo jurar que todos  los hombres que allí bebían, cantaban, reían, y se partían botellas en la cabeza, había oído hablar del despiadado pirata, truhán, mujeriego y formidable espadachín: Monte Douglas Sawyer. Pero muchas son las historias necesarias para que tanto hombre supiese reconocerle, ya que, de todas ellas, esta, es la única (y verídica) historia de como un hombre que navegaba por el mar Caribe en un bote sin timón con el nombre "Albatros" marcado a fuego en la parte trasera junto con su perro Ron (aunque su verdadero nombre era Ronald, pero ya se sabe la afición de los piratas por la bebida) llegó a convertirse en el Rey de los Piratas.

>>Volviendo a nuestro hombre, tampoco se puede decir que en ese momento tuviera una pinta de pirata (si es que tienen una pinta definida). No llevaba una casaca de capitán y ropas tejidas a medida , en su lugar, no vestía más que una blusa de marinería blanca, unos bombachos color azul celeste demasiado largos para él, un par de botas de cuero curtidas por los años, un pañuelo carmesí en la cabeza y un cinturón donde únicamente colgaba lo único que había importado a Monte siempre: una bolsita de cuero con no más de veinte reales, pólvora y metralla; una pistola que perteneció a su padre y un pequeño cuchillo curvo y largo, negro como el ébano y con una empuñadura de ópalo y marfil.  Porque ha de saberse, que Monte "Dog" Sawyer no era amigo de las espadas, en su lugar, amaba los cuchillos, pero de entre todos los que había visto, justamente aquel era su preferido.
Nuestro amigo tampoco tenía en el cuerpo los estigmas de los piratas, en vez de un pelo largo y grasiento llevaba una mata de pelo caoba pajiza rizado, alborotada por el viento, y un par de trenzas de cuero con adornos que se le deslizaban bajo el pañuelo que, mientras duraba su sueño, se mantenía en su cara. Tampoco tenía muchas cicatrices, tan sólo algunas marcas de latigazos, la seña del primer y único mordisco que Ron le dio el día que se conocieron como prueba de amistad y una linea vertical en su ojo derecho que había sido producida por su padre; pero claro; eso también es otra historia. En cuanto a tatuajes sólo se puede hablar de uno: una gran golondrina adornaba su brazo derecho,  justamente encima de su codo. Y en mi opinión, la historia de ese tatuaje es la mejor de todas, pero ahora la dejaremos de lado, ya que nuestro protagonista estaba apunto de despertar de su sueño y quitarse el pañuelo de la cara.

>>Y así lo hizo, una mano enguantada (pero ojo, con un guante sin dedos, y muy ajado, ya que la fricción de las sogas había acabado con su antiguo buen acabado) se colocaba bien el pañuelo en la cabeza, tapando su pelo. Acto seguido se frotaba los ojos, se desperezaba y se ponía en pié encima del Albatros. Justo después, Monte estaba buscando su última (y única) botella de agua dulce, que en esos momentos se encontraba debajo de su perruno amigo.
-Levanta, cabezón, este viento no nos llevará muy lejos, hay que arriar el foque y ponerse a remar -decía Monte justo antes de que Ron levantara las orejas, abriera los ojos y se sacudiera de arriba a abajo-. 


>>Después, nuestro protagonista agarró los remos, los colocó en su sitio e inmediatamente se puso a remar hacia el horizonte, donde ya despuntaba el sol y le daba la bienvenida a un nuevo día. Al ritmo de los ladridos de Ron, el Albatros se dirigía a la isla más cercana, en busca de bebida, mujeres y nuevas aventuras. 

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