Antes de que comiences a leer:

Lector constante, debes saber que las historias que aquí se escuchan ya han sido contadas, quizás tengas esbozos de ellas en otro tiempo y en otras circunstancias.
Si eres nuevo debes saber que para entender la historia de nuestro asesino deberás viajar en orden cronológico hasta la entrada del día 5 de Octubre de 2011 y leer en orden ascendente.
~Atte: Tu narrador.

viernes, 14 de octubre de 2011

La estupidez siempre me juega malas pasadas; pero en ocasiones, que esa estupidez sea influida, y no propia de mí mismo hace que esas malas pasadas sean sucesos que puedan marcar un punto y aparte en mi vida.
Que un cliente te la juegue, por ejemplo, es que te influyan un estado de estupidez.
Tengo a mis pies al sujeto a quien querían ver muerto. Así lo dijo mi cliente.
El revólver en mis manos humea. Decido guardarlo en la cartuchera, ya ha hecho suficiente por hoy.
Me agacho para registrar la cartera del cadáver. 
Siempre el mismo procedimiento metódico.
Encuentro un arma demasiado pulcra en una cartuchera, bajo la axila. En el mismo lugar donde guardo mi revólver.
En el bolsillo interior, toco algo duro que por su aspecto, debe ser lo que busco.
Al levantar la solapa encuentro una placa de policía.
Me la han jugado.
Registro al tipo en busca de cualquier otro indicio de que se así. Total, puede ser un tipo que simplemente le ha dado el palo a la persona equivocada y se haya marchado con la credencial.
Echo mano de nuevo a la pistola de su cartuchera.
Es una pistola reglamentaria. Todo el cuerpo tiene la misma.
No hay duda. 
Me la han jugado.
Los ecos de las suelas de unos zapatos rebotan en las paredes.
Alguien se acerca.
Una voz llama un nombre.
Es el mismo nombre que reside en el carnet del cadáver. 
Me doy cuenta de que es el propio compañero del muerto.
Está demasiado cerca.
Giro la esquina para encontrarme con él. 
Llevo la mano bajo la gabardina y me apoyo bajo la pared. Cojeo de una pierna a propósito. Intento dar impresión de haber sufrido un ataque.
El hombre, pistola y linterna en mano me socorre.
Me cuenta que a su compañero le habían dado un chivatazo de aquel lugar esta misma noche. Que al no volver él, ha decidido entrar a buscarlo, ha oído disparos y se ha temido lo peor.
Hago gala de mi capacidad interpretativa y le convenzo para que salgamos de ahí. 
Le digo que necesito un médico, que me han herido y que por favor me lleve al hospital.
El tipo accede e intenta que me apoye en él para caminar. 
Deniego su petición y le ofrezco ir delante.
Cuando me da la espalda me incorporo. Le agarro la cabeza con una mano y el cuello con la otra. 
Puedo oír el sonido del cuello romperse con un crujido bajo mis brazos.
El cuerpo sufre un espasmo e intenta zafarse una última vez antes de dejar de moverse para siempre.
Dejo el muerto en el suelo. Me llevo también su cartera y su placa, así como su pistola. 
También encuentro las llaves de un coche; algo más tarde me doy cuenta de que pertenecen a un viejo modelo que esperaba en la puerta. 
Acabaré arrojando el coche al mar por el puerto de la ciudad antes de ponerme en la búsqueda de mi cliente.
Del cliente que me la ha jugado.
Del cliente responsable de que de aquí a unas horas tenga a todo el cuerpo de policía tras de mí.
Que un cliente te la juegue es que te influyan un estado de estupidez.
Que dos hombres inocentes hayan sido asesinados por mis propias manos es una mala jugada.
Que de aquí a unos días posiblemente esté muerto, huido o en chirona es un punto y aparte en mi vida.
Ahora ya solo puede quedar uno.

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