Antes de que comiences a leer:

Lector constante, debes saber que las historias que aquí se escuchan ya han sido contadas, quizás tengas esbozos de ellas en otro tiempo y en otras circunstancias.
Si eres nuevo debes saber que para entender la historia de nuestro asesino deberás viajar en orden cronológico hasta la entrada del día 5 de Octubre de 2011 y leer en orden ascendente.
~Atte: Tu narrador.

viernes, 7 de octubre de 2011

Aparentemente un día como cualquier otro.

Deslizo el vaso entre las manos.
Tiene un color amarillo anaranjado, el vaso es de un cristal malo y sucio, se nota a simple vista.
Me lo llevo a los labios.
La cerveza sabe a meados, es lo máximo que puedo pedir ahora mismo, no me quejo.
Es un bareto de mala muerte, en una periferia de mala muerte, de una ciudad de mala muerte que se anuncia como apetecible para las prostitutas, traficantes, delincuentes de poca monta y ricachones que saben donde esconder el dinero negro.
Si sabes donde pones los verdes, en esa ciudad eres el rey.
El barman frota un vaso con el delantal. 
Está nervioso, es aparente.
Lleva frotando el mismo vaso mas de veinte minutos, parece como si estuviera intentando sacar al genio de la botella sin éxito.
No. Simplemente está nervioso.
Al fondo, unos tipos con mala pinta juegan al billar. 
Son unos indeseables, es aparente. 
Apestan a marihuana de mala calidad. Esnifan cocaína en los propios tacos de la mesa y solo saben comunicarse mediante eructos y risas guturales. 
Los huelo desde mi taburete.
Al entrar, han pedido el mejor whisky que tuviera la casa, a lo que el barman ha respondido sacando una botella vieja que olía a aguarrás y desinfectante. Se han calzado mas de siete.
Como pago, han depositado un fajo de billetes sucios y amarillentos. El barman ni siquiera se ha atrevido a retirarlo de la barra.
Uno de ellos se me acerca. Me pide fuego.
Le despacho amablemente. No quiero problemas hoy.
El tipo insiste y se sienta a mi lado.
El olor me hace que hierva por dentro, y de nuevo le invito a dejarme solo. 
El tipo insiste.
Con la mano derecha hago que el vaso le estalle en la cabeza y que la cerveza con sabor a meados le baje por la frente.
El tipo se pone en pie, con intenciones hostiles; es aparente.
Demasiado lento.
Ya siento en la mano izquierda el hierro de la pistola. La hago detonar dos veces, el tipo cae al suelo con los brazos extendidos.
Sus colegas se giran para mirarme; algunos desenfundan cuchillos y otras armas.
Me giro. Los miro de frente con el cañón apuntándoles.
De repente algo me golpea en la nuca y caigo al suelo desde el taburete.
El barman lleva un bate de béisbol en la mano.
Me reincorporo y disparo hacia los otros tipos.
Todavía tengo la mente borrosa cuando lo hago.
Fallo un disparo.
Acierto siete.
Los tipos se han convertido en marionetas sin ventrílocuo tiradas en el suelo.
La pared luce un precioso color rojo carmesí.
El barman todavía está en shock.  
El último fogonazo le alivia de su pavor. 
Un día normal. Es aparente.

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